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La novela gira en torno a la reclusión. Pero no es únicamente la de los presos, la del espacio cerrado de las cárceles, sino también la de quienes los vigilan, la de quienes las dirigen y, a veces, se esfuerzan en hacer de esa marginación extrema algo humano, e incluso la de quienes pretenden embellecerla, convirtiéndola en un producto cultural más en una sociedad en la que todo, hasta el sufrimiento de la prisión, parece que ha quedado reducido a espectáculo. La obra está alejada de cualquier discurso ideológico, de cualquier maniqueísmo tranquilizador. Por el contrario, el desarrollo de la acción y la evolución de los personajes ponen al descubierto la hipocresía de la visión ideologizada de la vida penitenciaria, de la visión romántica de los fuera de la ley, que en Performance sólo son formas de autoengaño y de mala conciencia social. La descripción precisa y sobria de las galerías, de las celdas, del aislamiento y la monotonía, ofrece una perspectiva realista de la vida cotidiana de las cárceles de la que no pueden escapar ni los presos ni sus carceleros. Esta visión de la exclusión, que rehúye lo tópico y espectacular, y de los mecanismos sociales que la mantienen se prolonga fuera de los muros de la prisión. La marginación es aún mayor y más desoladora fuera de ella. Performance también es el relato mordaz del ansia de poder, de la inanidad de las instituciones culturales que crecen a su sombra, de la trayectoria de unos personajes que se entregan en cuerpo y alma a él y de aquellos otros que tratan de huir inútilmente de su atracción. Sin embargo, en esos espacios cerrados, tanto dentro como fuera de las cárceles, son las víctimas quienes, sin fuerza y casi sin voz, mantienen la esperanza. Aunque el encuentro entre esos dos mundos no conduzca a ningún género de catarsis, sino a una grotesca y cruel performance, como corresponde a un tiempo tan vacío, y también cerrado, como el de hoy.