Standaard Boekhandel gebruikt cookies en gelijkaardige technologieën om de website goed te laten werken en je een betere surfervaring te bezorgen.
Hieronder kan je kiezen welke cookies je wilt inschakelen:
Technische en functionele cookies
Deze cookies zijn essentieel om de website goed te laten functioneren, en laten je toe om bijvoorbeeld in te loggen. Je kan deze cookies niet uitschakelen.
Analytische cookies
Deze cookies verzamelen anonieme informatie over het gebruik van onze website. Op die manier kunnen we de website beter afstemmen op de behoeften van de gebruikers.
Marketingcookies
Deze cookies delen je gedrag op onze website met externe partijen, zodat je op externe platformen relevantere advertenties van Standaard Boekhandel te zien krijgt.
Je kan maximaal 250 producten tegelijk aan je winkelmandje toevoegen. Verwijdere enkele producten uit je winkelmandje, of splits je bestelling op in meerdere bestellingen.
Hace unos años, Linda Kinstler se enteró de que un hombre que llevaba décadas muerto ùun exnazi que había pertenecido a la misma brigada asesina que su abueloù era objeto de una investigación criminal en Letonia. Existía un riesgo real de que el proceso judicial desembocara en su absolución. Como estaba pasando en otros lugares de Europa, algunos hechos incontestables y arduamente probados del Holocausto estaban siendo puestos en duda al mismo tiempo que morían sus últimos supervivientes, es decir, sus últimos testigos legales.En todo el mundo, los juicios al nazismo siguen abriéndose paso en los tribunales. Casi un siglo después de los Juicios de Núremberg, todavía se les pide a las víctimas que aporten pruebas de lo que pasó y, en una era de creciente revisionismo y negación, se cuestionan su credibilidad.En su fascinante debut, Linda Kinstler investiga tanto su historia familiar como los archivos de diez países para preguntarse: ¿qué se necesita para probar los hechos históricos en este siglo incierto?, ¿cuántos fantasmas del pasado deben pisar los tribunales para dar carpetazo a los crímenes más atroces