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El psicoanálisis no está muerto, como muchos agoreros afirman. Muy por el contrario, goza de buena salud en tanto sigue produciendo discusiones, explicaciones y ayuda en los pacientes que nos convocan. En verdad, sólo está muerto para aquellos colegas que suponen un psicoanálisis congelado, no dinámico, alejado del contexto de su práctica y ajeno a los cambios que la contemporaneidad provoca en la producción de la subjetividad.Ya pasó el tiempo tranquilo en que el simple hecho de pertenecer a una institución y tener un diván nos colocaba en posición de psicoanalistas con un gran porcentaje de pacientes cuasi-cautivos. Ser terapeutas hoy no nos ubica, dentro del imaginario social, en el lugar de prestigio y poder del que todo lo conoce. Hemos dejado de ser especiales.Si evitamos el encierro solipsista que nos hace creer que somos portadores de la verdad, deberemos aceptar que no existe ninguna perspectiva que contenga todas las respuestas. Esta postura nos llevará a tolerar la incertidumbre y nos empujará a indagar constantemente sobre lo que hacemos. Tendremos que practicar este ejercicio con honestidad intelectual, aun si nos enfrenta con las más tremendas contradicciones. Tengamos paciencia, porque de la contradicción saldrá algún resultado, aunque muchas veces nos sorprenda.