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Lorenzo ha vivido bajo el cielo raso y en palacios, en chozas de Sudán y en algún sofisticado loft neoyorquino. Sus ojos curiosos aprendido de todo lo que ve y lo que empezó como un simple ejercicio de diseño personal, se convirtió pronto en una fábrica en Kenia con casi treinta trabajadores. Con un carácter bohemio y un tanto ácrata, su forma de trabajar es a veces incomprendida. Presume de no haber tenido nunca un jefe, pero también de no haber ejercido nunca como tal; considera que la disciplina está sobrevalorada cuando se puede sustituir por inteligencia y planificación; reconoce haber cometido a lo largo de su vida muchísimos errores, que a su vez han sido sus maestros, por lo que piensa que a estas alturas ya debería de ser un sabio, y confiesa que algunas de las cosas que hace están perfectamente mal hechas y eso forma parte de su estilo único y difícil de copiar. A los espacios que proyecta, les transfiere su imagen más personal, fruto de su amor por los animales y por los viajes y los dota de piezas singulares diseñadas por él. Pero de todas sus claves decorativas, quizás la iluminación nocturna que le trae recuerdos africanos de fuegos, candiles y hogueras, es la más importante. En su memoria siempre bailan esas luces sutiles de la noche africana y las intenta trasladar a todos sus espacios.