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La moderna democracia se configuró en la tensión entre el liberalismo y el republicanismo. El primero, con una mirada desconfiada hacia los ciudadanos, sobre todo hacia los ciudadanos más pobres, creó instituciones que, en lo posible, debían ser impermeables a la voz de aquéllos desprovistos de virtud. En oposición a ese concepto de democracia, el republicanismo aspirará a extender el ideal de ciudadanía comenzando por el derecho al voto. Que las cosas decantaran hacia uno u otro lado, hacia el ideal aristocrático o hacia el participativo, sería cuestión -como señala Félix Ovejero en esta obra- "del ruido y de la furia, de la historia". En la primera parte del libro, el autor muestra que los argumentos liberales utilizados para desconfiar de los ciudadanos apuntan, en realidad, a problemas de las instituciones liberales. Al examinar esas instituciones a partir de la tensión entre libertad y democracia, Ovejero prueba que, contra una opinión extendida, el liberalismo tiene importantes puntos de fricción con el ideal democrático. En la segunda parte, se ocupa de la tradición republicana y de su idea de democracia, y estudia el modo en que los conceptos republicanos -virtud, participación, deliberación, libertad, autogobierno- se relacionan entre sí, y cuál es el sentido y la importancia de cada uno de ellos para propiciar instituciones democráticas, igualdad material y virtud cívica. Ovejero cita a Kant, para quien "la constitución republicana es la única perfectamente adecuada al derecho de los hombres, pero es muy difícil de establecer, hasta el punto de que muchos afirman que la república es un Estado de ángeles". Sin embargo, Kant aboga por dicha constitución, y afirma: "El problema del establecimiento de un Estado tiene siempre solución, incluso cuando se trate de un pueblo de demonios: basta con que éstos posean entendimiento". El republicanismo -concluye Ovejero- escapa al dilema liberal entre libertad y democracia.