Standaard Boekhandel gebruikt cookies en gelijkaardige technologieën om de website goed te laten werken en je een betere surfervaring te bezorgen.
Hieronder kan je kiezen welke cookies je wilt inschakelen:
Technische en functionele cookies
Deze cookies zijn essentieel om de website goed te laten functioneren, en laten je toe om bijvoorbeeld in te loggen. Je kan deze cookies niet uitschakelen.
Analytische cookies
Deze cookies verzamelen anonieme informatie over het gebruik van onze website. Op die manier kunnen we de website beter afstemmen op de behoeften van de gebruikers.
Marketingcookies
Deze cookies delen je gedrag op onze website met externe partijen, zodat je op externe platformen relevantere advertenties van Standaard Boekhandel te zien krijgt.
Je kan maximaal 250 producten tegelijk aan je winkelmandje toevoegen. Verwijdere enkele producten uit je winkelmandje, of splits je bestelling op in meerdere bestellingen.
Resulta muy curioso observar cómo la sociedad, por mucho que creamos avanzada, continúa cayendo, generación tras generación, en los mismos o parecidos engaños una y otra vez. Avancemos un poco más en el tiempo, hasta principios de los años veinte, para encontrarnos con un tipo que creó escuela. Les contaré alguna de las andanzas de Mario Pickman, Antonio Llusiá Buset, José Portolés, Tomás Portolés, Rafael Villamil, José María Pina, Alfonso de Borbón... No teman, no pretendo hacer ninguna soflama republicana, ni un repaso del censo de aquella época; sólo pretendo revisar la sorprendente y acomodada vida que consiguió llevar un tipo que, para conseguirlo, no dudó en adoptar como propio cualquiera de los nombres antes indicados y otros muchos que sería tedioso enumerar.Corrían los primeros años del siglo XX cuando Antonio Llusiá comenzó a querer zafarse del destino que la vida le tenía preparado. Nació en Capellades, un pequeño pueblo del interior de la provincia de Barcelona, en torno al año 1885 (este dato no es muy fiable, pues los registros de entonces tampoco lo eran); enseguida, descubrió que aquella vida de sacrificio que imponía su entorno rural no era para él y a los 19 años emigró a Cuba. En La Habana encontró acomodo en compañía de un tío suyo establecido desde hacía varios años allí; pero la vida del emigrante nunca es fácil y tampoco colmó las expectativas de un Llusiá inquieto. No tardó mucho en regresar a Barcelona y emprender una vida que colmara sus ansias de aventura de un modo menos sacrificado.