
El misionero alemán Martin Gusinde fue enviado a Santiago
de Chile en 1912. En 1918, realizó su primer viaje a Tierra del
Fuego en busca de horizontes lejanos y pueblos poco conocidos.
En esa isla del fin del mundo, recorriendo canales, bosques
y estepas, descubrió una civilización a punto de extinguirse
como consecuencia de la llegada de los colonos occidentales:
misioneros, buscadores de oro, criadores de ovejas y toda clase
de aventureros. Con un compromiso muy personal, Gusinde
decidió fotografiar a los individuos de esos pueblos que,
para ojos de un europeo, tenían modos de vida y creencias
muy singulares.
Su inmersión en esa civilización fue total: a lo largo de los
cuatro viajes que llevó a cabo entre 1918 y 1924, el misionero
observó las costumbres, los ritos y el habla de selknam,
yámanas y kawéskar, transformándose en etnólogo. Fascinado
por lo que veía, tomó más de mil fotografías, que son un
testimonio único del espíritu de esos pueblos del finis terrae.
Las fotografías de Martin Gusinde, además de un monumento
en memoria de los pueblos de Tierra del Fuego, son también
documentos antropológicos de excepción.
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