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Mediados de 1962. Los Rolling Stones, recién constituidos, están buscando un baterista permanente. Se fijan en Charlie Watts, un músico de jazz muy conocido en el ambiente de los clubes de rhythm and blues londinenses. Por suerte para los futuros seguidores de los Stones en todo el mundo, consiguen convencerle de que se una al grupo. Una vez sentado a la batería, Charlie ya nunca perdió el compás. Estuvo ahí en los movidos años sesenta, cuando los Stones alcanzaron el superestrellato, también durante los excesos de la década de 1970, que cristalizaron en el mítico álbum Exile on Main Street. Durante los ochenta salió indemne de la lucha contra sus demonios personales, lo que cimentó su reputación de ser el contrapunto reflexivo y culto aunque no por ello menos fascinante de sus compañeros de banda más escandalosos. A lo largo de casi siete décadas pese a las peleas, los altibajos y las vicisitudes de la banda, tanto en el escenario como fuera de él, Charlie siguió siendo un pilar fundamental de los Rolling Stones. Al mismo tiempo, era la antítesis de la estrella de rock arquetípica: un hombre extremadamente discreto y reservado que valoraba a su familia por encima de todo.