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Heinz Berggruen fue un verdadero cosmopolita y su trayectoria como coleccionista una de las más singulares y sobresalientes del siglo xx. Inició su carrera como galerista en París, donde conoció, entre otras figuras de la intelectualidad de la época, a Tristan Tzara, quien le presentó a Picasso. A partir de su encuentro con el artista más famoso del siglo se inició una gran amistad, años en los que el joven Berggruen también cultivó su pasión por la obra de Paul Klee, Henri Matisse y Alberto Giacometti. En sus memorias relata sus encuentros con los hombres y las mujeres que tuvieron una influencia decisiva en el arte de su tiempo. Habla de sus pequeñas vanidades, sus disputas y rivalidades, de sus esperanzas de éxito truncadas y sus triunfos tardíos, desvelando al lector la colorida trama de amistades e intereses que regían tanto el mundo del taller como un mercado del arte en el que convivían los míticos supervivientes de entreguerras con la imparable globalización. Frida Kahlo, Gertrude Stein, Peggy Guggenheim, Nina Kandinsky, Matisse, Miró, Man Ray y por supuesto Picasso, desfilan por sus páginas con la misma naturalidad con la que el autor nos cuenta en qué consiste la pasión del coleccionista, la mezcla de sensibilidad y astucia que hacen que quien las posee pueda acabar siendo, él mismo, su mejor cliente.