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Es la Francia de los años treinta, pero podría ser cualquier otro lugar y quizá en cualquier otro momento. Los basureros están de huelga. En el transcurso de una manifestación, Auguste G., de cuarenta y seis años, resulta gravemente herido en un brutal encontronazo con la policía especial antidisturbios (CRS). El obrero del servicio de saneamiento es trasladado al hospital y, según los servicios médicos que le atienden, no pasará de esa noche. En un estado de semiinconsciencia, Auguste G., de cuarenta y seis años, ve desfilar ante sí toda su vida, una vida de precariedad, de aburrimiento, una vida de nada, ¿y para nada? No; se subleva, ¿aburrida?, ¿su vida?, ¿la suya?, ¿la del luchador? No. Comienza entonces a repasar los acontecimientos de toda ella, los rumia, los reconstruye, los mezcla en una frenética maratón de baile, fantástica y desesperada que consigue convertir en una revolución. Pero ¿es posible una revolución con tan pocos elementos? Penas, instantes de felicidad, amores, problemas, muertos, todos sus muertos. Auguste G. conseguirá su revolución sobrepasando el tiempo y el espacio. También él será uno de los muertos de esa revolución.