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Este es, quizá, el libro de uno de los últimos románticos. Plenamente identificado con aquel espíritu, el autor se ha introducido en el complejo mundo de las serranías rondeñas para plasmar todas sus sensaciones, tras captar todo el "efluvio cósmico" que expele esta comarca y la ciudad que la preside, el mismo que atrapara a tantos y tantos viajeros en los siglos anteriores, en cuyas apreciaciones no duda en basar su obra. En realidad, a pesar de que ya no es posible aquella aventura, aquel deseo de pisar la última montaña refugio, este volumen posee, desde el primer capítulo, esa misma admiración, esa misma sorpresa, porque se ha escrito sin tener en cuenta el tiempo. Esta especie de ucronía, este intento de un viaje en un tiempo que ya no es el que fue, y en un mundo que no es el que era, se salda con unos pasajes emotivos, en los que se mezclan sin cesar la descripción académica y el afán de enseñar, con la construcción poética, en tres grandes apartados: la ciudad de Ronda, que no es aquí la ciudad soñada, sino un lugar que se sueña y se construye interiormente a través de sus caminos; el Genal, universo de arboledas, en sus cuatro estaciones (incluyendo esa "primavera de cobre" que viste al otoño más meridional de Europa); y el complejo y variadísimo Guadiaro, que se recorre en ferrocarril, desde las agrestes e insólitas calizas de Líbar hasta las areniscas de las tierras gaditanas, con sus oquedades, sus desfiladeros y ese "bosque infinito" que ocupa el mayor alcornocal del planeta. Estamos, pues, ante la emoción y la sumisión en un territorio exhaustivamente recorrido, apasionadamente vivido, intensamente amado. Romanticismo en pleno siglo XXI y Geografía de la Percepción en su más estricto sentido. Un libro para viajar leyendo, un libro para leer viajando, el último a partir del viejo "Camino Inglés" que consagraran aquellos hombres y alguna mujer que llegaron hasta aquí en busca de la última frontera de Europa