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Podríamos decir que Todos los caminos llevan aroma es una novela de amor, y mentiríamos, al menos en parte, porque no es solo un relato de amor. Podríamos decir que es una novela histórica, podríamos, pero no sería cierto. Es verdad que buena parte de la acción transcurre a finales de la década de los 60 del siglo XX, y que refleja cómo era la vida en el Madrid de aquellos años, pero no es una novela histórica. Podríamos decir que es una novela de humor, y tampoco sería verdad, aunque es cierto que contiene fragmentos y diálogos hilarantes, pero no es una novela de humor en sentido estricto. ¿Es una autobiografía? Tampoco, si acaso una biografía inventada. ¿Es un viaje en el tiempo? ¿Mundos paralelos con otras vivencias? Sí y no. ¿Qué es entonces, Todos los caminos llevan aroma? Es un divertimento sobre el primer amor, ese que todos idealizamos precisamente porque se terminó en el momento justo para darnos la opción de vivir otras experiencias. Es un paseo por el barrio de Argüelles, en el que el autor vivió su infancia y adolescencia. También es un homenaje a los actores secundarios, esos de los que nadie recordará su nombre, pero brillan en su trabajo y hacen que brille el trabajo de los protagonistas. Y, sobre todo, es un homenaje a la gente que persigue incansablemente sus sueños, sabiendo que, tarde o temprano, los sueños se paran a descansar y ahí es donde puedes atraparlos. Y también hay mucho humor, por necesidad, por congruencia vital, y porque el autor no puede evitarlo. Tres ingredientes principales: amor, humor y mundos paralelos, sazonados con diversas especias.