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San Atanasio vivió en tiempos turbulentos para la Iglesia. Arrio y sus seguidores negaban que Jesucristo fuera verdaderamente Dios, intentando hacer el cristianismo menos escandaloso a los ojos del mundo. A pesar de que el Concilio de Nicea condenó sus enseñanzas, los arrianos se extendieron por toda la Iglesia con ayuda de los emperadores romanos. Primero como diácono y luego como Patriarca de Alejandría, Atanasio luchó sin descanso para defender la fe de la Iglesia de los que querían deformarla. Por no doblegarse ante el poder imperial, sufrió constantes persecuciones y destierros. Durante años, gobernó su diócesis desde la clandestinidad, escribiendo contra la herejía, ocultándose entre los monjes del desierto y huyendo de los que lo perseguían. San Atanasio fue inflexible con las falsas doctrinas, pero siempre se mostró compasivo con los fieles que se habían dejado engañar o habían sucumbido a la persecución. El pueblo de Alejandría le tenía un gran afecto y permaneció siempre leal a su Patriarca.