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Este Reloj de Príncipes, el primer libro moderno que hizo de la filosofía un «superventas» en Europa, como sostiene Atilana Guerrero en su prólogo, «puede servir, 500 años después, al mismo propósito para el que fue escrito: ser un ?reloj? para la vida, no sólo del gobernante, sino de todos los hombres», pues conserva una enorme vigencia en su doble dimensión de guía de ética estoica y de moral política. «Fue Platón, -continúa el prólogo- el padre de la filosofía, quien fundó su Academia para la educación del gobernante; de un tipo de gobernante, eso sí, que, o bien se hacía filósofo, o bien se dejaba aconsejar por él». Y esta obra respondía a una noción del filósofo al servicio del rey; pero si sustituimos al rey por la Nación o el Estado, «y de los Espejos de Príncipes pasamos a los Espejos de la Nación, como don Quijote se refirió a sí mismo, comprendemos que Antonio de Guevara fue en realidad un auténtico filósofo moderno, es decir, un ensayista, crítico del poder por antonomasia, o sea, del poder político». Platón mismo es el autor más citado en la obra, y por algo el emperador Carlos, su primer lector, nombró a Guevara para su Consejo; y tuvo como «espejo» en el que mirarse al emperador Marco Aurelio, en paralelo a la consideración de España como una nueva Roma. La obra está en sintonía con la tradición de la filosofía hispana, «porque sienta las bases históricas de la democracia al escribir en la lengua vulgar, del vulgo, mucho antes de que los revolucionarios del siglo XVIII quisieran someter al rey a los dictados del pueblo: el pueblo debe ser castigado si incumple la ley, pero el rey debe recibir el ?aviso? de su pueblo a través del filósofo», línea que continuó Mariana con su teoría del tiranicidio. Esta antología, debida al gran filólogo Ángel Rosenblat, es una excelente introducción a la obra de Guevara, de cuyas páginas, señala Rosenblat, «se encuentran reminiscencias en algunas de las mejores obras de Cervantes».