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«Austria no ha tenido suerte con sus biógrafos». Y no le faltaba razón a Hermann Bahr en virtud de la imagen que de su ejército imperial nos ha llegado, una suma de incompetencia e inoperancia, intransigencia y brutalidad. Sin embargo, para tener «el tedioso hábito de ser siempre derrotada» ?la chanza es de Talleyrand?, Austria, o en concreto, los Habsburgo de Viena, se perpetuaron superando trances que habrían tambaleado los cimientos de cualquier otra potencia. Una capacidad de resiliencia enraizada en la inquebrantable lealtad de su formidable ejército a la dinastía, que sobrevivió a la brutal devastación de la Guerra de los Treinta Años y domeñó al invencible Turco; obró milagros garantizando la improbable sucesión de su joven reina María Teresa y acogotó al mismísimo Federico el Grande de Prusia en la Guerra de los Siete Años; durante dos décadas se convirtió en el enemigo más acérrimo de Napoleón, o soportó condiciones inimaginables en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, tras no haber combatido en una generación. No parecen estas las gestas de un ejército perdedor. En su obraáPor Dios y por el Káiser. El ejército imperial austríaco 1619-1918, Richard Basset pretende desterrar los prejuicios y tergiversaciones sobre un ejército que integraba soldados procedentes de una veintena de naciones, pero con un grado de cohesión sin igual; paladín del catolicismo, hacía gala de una inusitada tolerancia religiosa al incorporar protestantes, ortodoxos, musulmanes y judíos; puntal del Antiguo Régimen, amparaba la movilidad social y el ascenso a las más altas jerarquías. Una estructura supranacional única en Europa cuyo leitmotiv era garantizar la supervivencia de la dinastía, objetivo que cumplió con creces durante tres turbulentos siglos. En definitiva, conáPor Dios y por el Káiser.áEl ejército imperial austríaco, las armas de los Habsburgo han encontrado por fin a su biógrafo, Richard Basset.