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En Piel de pluma se encuentran las constantes más dilectas a Gustavo Martín Garzo: el amor loco que trastoca la sensatez y los planes poniendo patas arriba el mundo; las metamorfosis extraordinarias que, de pronto, descubrimos que son corrientes; la melancolía ?la falta? que arrastran algunos seres (o más bien todos). En su esplendorosa brevedad, el relato posee todo lo que debe poseer un cuento de hadas: el bosque, la casa, la transformación, el objeto mágico, la capacidad de adaptarse a cualquier tiempo y lugar. Por supuesto, no puede faltar la joven misteriosa, venida de nadie sabe dónde, que abre las puertas a lo que no puede domesticarse: lo salvaje. Creo que en nuestras letras Gustavo Martín Garzo es quien mejor ha contado esa nostalgia de la ferocidad, con una sensibilidad especial para reconocer lo extraordinario en lo más cotidiano. Y, al igual que en los auténticos cuentos, su escritura nunca sirve a una alegoría de rígidas equivalencias con el mundo real. En su lugar, prefiere la sugerencia, la ambigüedad y la apertura interpretativa, cualidades todas ellas que dotan a la historia de una mayor universalidad y la convierten en algo imperecedero. Carmen Morán