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Martín Rodríguez Manguera, a causa de cierto detalle anatómico es auxiliar de la Policía Nacional Revolucionaria y cada atardecer recorre en su bicicletica la ciudad de Ciego de Ávila, armado del antiquísimo revólver de cañón hiperlargo que perteneciera al Conde Villamar y para el que ya no existen balas. Él quiere atrapar a un delincuente y que la «hazaña» le acerque al ansiado carné del partido, pero regresa al hogar pasada la media noche con las manos vacías. Martincito entra con la bicicletica, saluda en el jardín a la bestia que tiene como perro y se acerca a la bella y grandota Esperanza, quien le ha esperado despierta y en la cama. A la vez, Olivia, la hija divorciada de Leoncio (concuño de Martincito y secretario del partido en zoonosis) sale a la terraza trasera de la casa acompañada de su novio para amarse en la oscuridad. Carlos no lo sabe pero la muchacha ha seguido el consejo de la madre santera y espiritista y se ha untado ahí abajo el mejunje mágico para amarrar al joven. Y estando los dos en el mejor momento, Leoncio salta de la cama armado de un machete. Carlos corre a meterse entre una pare