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La pintura es poesía muda y la poesía es pintura ciega, escribió Leonardo, e ilustró lo primero con obras maestras. Fue un científico artista: inventor amante de la verdad, cifrada o manifiesta en la naturaleza como maravilla del movimiento, infusa o invisible en el espíritu como fuerza del misterio. De su meta, la sabiduría, nos dejó perlas sembradas a lo largo de los miles de folios de sus célebres Códices: observaciones, aforismos, epifanías y reflexiones en los márgenes o hasta flotando entre máquinas voladoras o de irrigación, dibujos de anatomía o de óptica. La ciencia y el arte en él se hermanaban por la religión en que la realización humana consiste en desatar en el tiempo limitado que tenemos el estilo de ser y hacer divinos: precisamente lo infinito finito, el ser haciendo incesante de la ciencia y el arte. Como pintor, mediante la luz manifestaba la estructura armónica imperceptible, vale decir: la tesitura de la vida interior. He seleccionado y traducido de su italiano original ciento ocho pensamientos, tan irradiantes hoy como cuando él los anotó hace más de cinco siglos.