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Revestido con la magia de un estilo deslumbrante y seductor, el pensamiento de Nietzsche resulta, para el hombre de hoy, inusual, inaudito, desafiante, casi en nada parecido al de un filósofo más. En su trasfondo hay una larga experiencia en ir errante por desiertos tórridos y congelados, un prolongado aprendizaje en ver las cosas de otro modo a como las ve habitualmente el europeo moderno. Este se ve, tal vez, a sí mismo como la cima de la evolución y del progreso histórico, heredero de una civilización que ha logrado dominar técnicamente la naturaleza liberándole de muchas limitaciones físicas, de la inseguridad, de la superstición, y creando las condiciones de un confort nunca antes imaginable. Pero, entonces, ¿por qué no está satisfecho y feliz? Nietzsche pone ante su lector un espejo donde se refleja el lector mismo junto a su otro, o sea, junto a todas esas otras interpretaciones, posibilidades y puntos de vista que nunca se plantea. Le induce así a descubrir las construcciones autocomplacientes de un optimismo ilusorio al tiempo que le muestra las exigencias para vivir y afirmar la vida desde una experiencia dionisíaca del mundo. Nietzsche busca un determinado tipo de lector (como el dice, sus libros han sido escritos «para todos y para nadie»), y ésa es la razón de su peculiar estilo de escritura. El lenguaje conceptual es un entramado formal que nivela los matices y las particularidades para resultar eficaz en orden a la comunicación. Esta es tanto más fluida cuanto más llanas e inteligibles son las palabras y la sintaxis a las que se recurre: «la palabra hace común lo que es raro».