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Barcelona, comienzos del otoño. Un cacharro volador se avista en los cielos del orbe. Proviene de la oscuridad del cosmos. Hace meses que fue identificado. Es Tlup-Atac, el Transformador Gnóstico. Miles de millo¡nes sucumben al delirio del inminente retorno de Cristo. Otros tantos se arrastran bien adormilados, entre alucinaciones mesiánicas y trastornos de personalidad múltiple, pero aún en pie. «Los Últimos serán los Pri¡meros» proclaman a cada rato por televisión ¿qué será entonces de los Penúltimos, y de cuantos vienen y van entre todos estos? Casi Monard, descarriado carnero del Señor, politoxicómano a la espera de renacer, acude al funeral de un viejo amigo, el Antepenúltimo Anto¡nio. La ceremonia la dirige Huginiguh, párroco de mentalidad retorcida que ve en el suicidio de Antonio una renuncia abyecta a la redención y la gloria brindadas por Tlup-Atac. Monard pasa los días sucesivos con Laura -la mujer de Antonio- y con las hijas de esta -Ruth e Iris- de las que Monard desconfía particularmente. La Costa Azul será el punto de arranque de sus pesquisas. Un número de teléfono hallado en una agenda de trabajo de Antonio conduce a Monard hasta el hotel Emeraude de Antibes, fonda en la que su amigo se alojó apenas unos días antes de su muerte. Los conserjes le mencionan igual¡mente a una jovencita latina que tuvo que conocerle. Es la tierna Mary. Monard se adentra en el invierno siguiendo las indicaciones de su mece¡nas y soplón de confianza, Jyog Trel: drogarse sin tregua para mantenerse sobrio y señalar a cuantos no son de fiar? Surgen personajes siniestros allá dónde mira: la escurridiza rata Nickey, espectros como El Argeli¡no o la Bruja Sá-Sá, a quién Mary habrá de velar durante su Bautismo de los Limbos? Todos ellos parecen estar relacionados con la muerte de Antonio; la sombra del asesinato sacrificial cobra forma ante los ojos de Monard, quien ya solo vive por y para Mary.