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Kerim vive en Montreal desde hace casi veinte años. Pero siempre ha mantenido el contacto con Mina, su musa, su caprichosa modelo a la que volvía una y otra vez, Mina bailando su farandula sola frente al objetivo de su antigua cámara Nikon. Pero desde hace algún tiempo, las llamadas y cartas de Mina son menos frecuentes. Hubo un último mensaje preocupante, y luego nada. Decide volver al Puerto para encontrarla. El Puerto es como solían llamar a la ciudad que tanto habían recorrido juntos, la más grande de un país insignificante que se extiende entre las aguas hirvientes del Atlántico y las sabanas del norte, en el límite del Sahel. Kerim recorre sus antiguas rutas con la esperanza de descubrir a Mina en el recodo de una calle. Visita su librería abandonada, el lugar de su compromiso político y social. Cuestiona a los viejos amigos con los que ambos solían actuar y burlarse del ejército de dictadores títeres. Incierta, incluso peligrosa.