
En mi mundo bipolar, todo existe en extremos.
Hay mañanas que nacen con una luz casi divina, donde cada sonido es música, cada mirada es promesa, y el aire mismo parece lleno de oportunidades. Los pensamientos vuelan alto, las ideas fluyen con claridad brillante, y la energía es inagotable. Amo con fuerza, creo sin pausa, y todo parece posible.
Pero también hay días en que el mismo mundo se desmorona.
Las paredes se cierran, el tiempo se arrastra, y el cuerpo pesa como si llevara siglos acumulados. No hay color, ni impulso, ni voz suficiente. Todo es duda, todo es carga, todo es nada. En esos momentos, me pierdo incluso de mí.
Mi mundo bipolar no es solo cambio: es choque.
Es vivir con una brújula rota entre polos opuestos, sin saber cuándo el viento cambiará.
Pero en ese caos también hay belleza: la intensidad, la verdad desnuda, la capacidad de sentirlo todo.
Es un mundo difícil, sí, pero también profundamente humano.
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