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Joao Antonio hace en las esferas malditas de la sociedad urbana lo que Guimaraes Rosa hizo en el mundo del sertón, es decir, elabora un lenguaje que parece brotar espontáneamente del medio en el que es usado, pero en verdad se vuelve lengua general de los hombres, por ser fruto de una estilización eficiente. Una de las cosas más importantes de la ficción literaria es la posibilidad de "dar voz", de mostrar en un pie de igualdad a los individuos de todas las clases y grupos, permitiendo que los excluidos expresen el tenor de su humanidad, que de otro modo no podría ser verificada. Eso es posible cuando el escritor, como Joao Antonio, sabe abrazar la intimidad, la esencia de aquellos que la sociedad margina, pues él hace que existan por encima de su triste realidad. En los cuentos de este libro, pero sobre todo en los finales, es un verdadero descubridor, al develar el drama de los desheredados que hierven en el bajo mundo; de los que viven de las sobras de la vida y él trae con la fuerza de su arte al nivel de nuestra conciencia, es decir, la conciencia de los que están del lado favorecido, el lado de los que excluyen. Por la fuerza de la escritura, el peso de lo humano y el coraje de mostrar las entrañas de la ciudad, la obra de Joao Antonio puede ser considerada una de las más elevadas de nuestra literatura contemporánea, al representar con tanta maestría "el triste juego de la vida".