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La historia del vehículo eléctrico es una parte fascinante de la evolución de la humanidad, aunque haya sido escondida, malinterpretada y despreciada durante años en pro de unas tendencias erróneas. Este camino tortuoso parece conducirnos ahora hacia un futuro esperanzador. Hacía falta mucho ingenio para entender la energía eléctrica y transformarla en una fuerza que se pudiese utilizar para propulsar un automóvil. Unos lograron concentrar esta energía y almacenarla, mientras que otros dieron los pasos necesarios para crear vehículos que se movieran sin utilizar la tracción animal. Las carreras automovilísticas, consecuencia del indomable espíritu del ser humano, ayudaron a mejorar los vehículos y sus componentes de los vehículos con gran efi cacia y rapidez; además, atrajeron a los espectadores y acapararon la atención de los medios. El coche eléctrico salió así de su escondite y se convirtió en una alternativa válida de transporte. Para fabricar el coche eléctrico fue necesario un tejido industrial dedicado a la electricidad y, más tarde, a la electrónica. Se crearon nuevos componentes y piezas, se mejoraron los materiales y se desarrollaron nuevos inventos con el objetivo de adaptarse a unas exigencias cada vez mayores. Los primeros usuarios de los coches eléctricos fueron los taxistas. La posibilidad de ofrecer un servicio de transporte público individual, silencioso y no contaminante interesó a la administración, que intuía las ventajas de esta opción respetuosa con el medio ambiente.