Escribir este libro fue, en parte, una necesidad. Después de años transitando aulas de todo tipo —públicas y privadas, primarias y secundarias, grandes y pequeñas, bien equipadas y otras con lo justo— entendí que lo que más me marcó no fueron los planes de estudio ni las teorías pedagógicas, sino las historias. Las reales. Las pequeñas. Las que ocurren todos los días en cada rincón del aula y que muchas veces pasan desapercibidas.
Porque no hay una sola forma de enseñar, ni una única manera de aprender. Cada escuela tiene su propia lógica, sí. Pero más profundamente aún, cada aula es un universo distinto. Cambian los pupitres, las sillas, los pizarrones (de tiza o de fibra, algunos incluso improvisados). Cambian las miradas, los silencios, los climas. Cambian los vínculos, los desafíos, los modos de habitar ese espacio que llamamos "clase". Y, por supuesto, cambian lxs alumnxs. Cada unx con su historia, sus miedos, sus fortalezas, su contexto.
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