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En los primeros años del siglo XIX, Margaret Dawson, de diecisiete años, hija de un clérigo pobre que acaba de fallecer, es enviada a casa de lady Ludlow, una pariente lejana que mantiene una comitiva de jóvenes señoritas de compañía. Lady Ludlow, viuda de un conde, es una anciana elegante, antigua dama de honor de la reina Carlota, que vive aferrada a los más antiguos principios: detesta las novedades, todo lo que sea «nivelador y revolucionario», está en contra de que «los órdenes inferiores» puedan acceder a la educación y cree que «la gente de su condición no habla de sus sentimientos más que con sus iguales». Entre sus recuerdos destaca la historia de los trágicos amores de unos jóvenes aristócratas en el París de la Revolución francesa; y a su alrededor pulula una galería de personajes que de una forma u otra ponen en cuestión su autoridad: el señor Horner, el administrador de sus tierras, que vela desesperadamente por su maltrecha economía; el señor Gray, el joven y tímido párroco que quiere crear una escuela infantil; o la señorita Galindo, una dama venida a menos, parlanchina y metomentodo, con una frustrada peripecia romántica a sus espaldas que tendrá inesperadas consecuencias. En Lady Ludlow (1859), Elizabeth Gaskell reconstruye un mundo arcaico que habrá de acostumbrarse, tal vez de mala gana pero sin remedio, a los cambios que impone el progreso. Muy cercana a la atmósfera de Cranford, la novela es un genuino y humorístico retrato de una pequeña comunidad rural en su dimensión tanto íntima como histórica.