Standaard Boekhandel gebruikt cookies en gelijkaardige technologieën om de website goed te laten werken en je een betere surfervaring te bezorgen.
Hieronder kan je kiezen welke cookies je wilt inschakelen:
Technische en functionele cookies
Deze cookies zijn essentieel om de website goed te laten functioneren, en laten je toe om bijvoorbeeld in te loggen. Je kan deze cookies niet uitschakelen.
Analytische cookies
Deze cookies verzamelen anonieme informatie over het gebruik van onze website. Op die manier kunnen we de website beter afstemmen op de behoeften van de gebruikers.
Marketingcookies
Deze cookies delen je gedrag op onze website met externe partijen, zodat je op externe platformen relevantere advertenties van Standaard Boekhandel te zien krijgt.
Je kan maximaal 250 producten tegelijk aan je winkelmandje toevoegen. Verwijdere enkele producten uit je winkelmandje, of splits je bestelling op in meerdere bestellingen.
Esta novela es la historia de Claire y también una introducción al yoga. ¿Qué pasaría si en realidad lo opuesto a BUENO no fuera MALO? ¿Y si en realidad la obsesión por alcanzar la virtud sólo nos hiciera sentir frustración? Claire quiere ser virtuosa y en su afán por conseguirlo se convierte en todas estas mujeres (y alguna más): Una madre novata con dolor de espalda que prepara comida casera para su bebé y compra juguetes caros de madera. Una hija que intenta dar sentido al sinsentido de la vida de sus padres. Una esposa que trata de salvar un matrimonio que va a la deriva. Una periodista free-lance que lucha por salir adelante mientras cambia pañales (ecológicos, claro). Y un alma perdida que accidentalmente asiste a una clase de yoga y# su vida da un vuelco. En este divertido relato, Claire nos habla con una franqueza muy estimulante sobre la imposición de querer ser perfectos y buenos en todo. Harta de tanta virtud, Claire decide parar y replantearse unas cuantas cosas. Y así llega hasta la práctica del yoga, no sin antes dar sus primeros pasos en un mundo algo New Age del que sale huyendo: «Una mujer que rozaba la treintena entró en la sala y desenrolló una esterilla delante del resto. Llevaba su espesa mata de pelo rubio peinada en una caro corte a lo garçon. Las cejas, delineadas con elegancia. Vestía ropa negra y ajustada. Tenía pinta de haber sido profesora de aerobic hasta hacía cinco minutos. Y de llamarse Jennifer. -Mi nombre es Atosa- dijo. Ya, las ganas, guapa.»