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Tras la estela de Raymond Aron, Pierre Manent se ha significado en las últimas décadas, y así es reconocido en toda Europa, por su meticuloso y afinado estudio de la tradición liberal francesa, inseparable de nombres como los de Benjamin Constant, François Guizot y, sobre todo, Alexis de Tocqueville, a quien ha dedicado trabajos de la importancia de Tocqueville et la nature de la démocratie (Gallimard, 1982). Desde su cátedra en el Centre de recherches politiques, Pierre Manent ha estado en condiciones de rastrear e interpretar, bajo una óptica singularmente atractiva -la que en parte acuñan los clásicos liberales tantas veces desoídos, cuando no reprobados in toto desde culposas ignorancias-, la génesis de la filosofía política moderna, expuesta al público en obras como Curso de filosofía política (Fondo de Cultura Económica, 2005) o Historia del pensamiento liberal (Emecé, 1990). En La razón de las naciones, Manent trasciende el plano académico para que rinda sus frutos en una batalla política de la mayor actualidad, cual es la pregunta por el sentido y justificación, por el horizonte y el proyecto, caso de que lo haya y sea algo más que un movimiento inercial, de constitución e indefinida ampliación de la Unión Europea. El panorama no puede ser, para Manent, más desalentador: el estado actual de la Unión va parejo a la paulatina disminución, como cuerpos que mueren, de los dos referentes fundamentales de la modernidad política, que un día le dieron al hombre su digna condición de ciudadano, y que no pueden ser otros que el Estado soberano y la Nación, progresivamente suplantados por una gobernanza democrática en la que una insondable maraña de reglas privatizan y suavizan a los hombres, inhábiles ya para la genuina acción política.