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El propio autor consideró en su momento que esta obra podría incomodar al clero y poner de mal humor a los devotos, quienes podrían considerarle un impío, blasfemo o anticristo, aún así eso no le iba a quitar el sueño. Él aseguraba que todo lo escrito en los Evangelios no estaba inspirado por Dios y retó a los defensores de la religión cristiana a que lo demostraran. Pretendió hacer sentir la ridícula crueldad de aquellos hombres sanguinarios que perseguían con rigor los dogmas, reconociendo que es posible dudar de las inspiraciones de los autores evangélicos.En el prefacio de esta obra podemos leer: "... la fe es un don del cielo (...); si los judíos no dieron crédito a las maravillas del Cristo, de que fueron testigos, debe ser disimulable dudar de ellas después de diez y ocho siglos, mayormente viendo que estos prodigios son referidos por escrito a quienes el Espíritu Santo no tuvo a bien inspirar uniformemente, ni poner de acuerdo a los unos con los otros".