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Una mirada rigurosa a las mal llamadas democracias latinoamericanas concluiría que salvo unos poquísimos casos: Cuba, Venezuela, ahora Bolivia y Ecuador, en el resto lo que tenemos son regímenes oligárquicos vestidos con los ropajes externos de la democracia. Oligárquicos porque, fiel a la definición aristotélica, son “gobiernos de los pocos en beneficio de los ricos” que, como lo recuerda Aristóteles, siempre son una minoría. El lenguaje político contemporáneo, producto de la dominación cultural e ideológica del imperialismo, intenta disimular tan flagrante traición a los ideales democráticos mediante un ejercicio de prestidigitación gracias al cual una democracia se define por su sensata “gobernanza”, eufemismo con el que se designan las artes, artificios y artimañas del político “prudente y responsable” que gobierna en consonancia con los deseos de los mercados. Buena gobernanza, por lo tanto, es la de Lula, quien con sus políticas hizo posible que el capital bancario obtuviera en los últimos años las mayores tasas de rentabilidad de toda su historia; o la de Concertación chilena, que continuó y profundizó la política económica de Pinochet convirtiendo a Chile en uno de los países más injustos de América Latina. Mala gobernanza, en cambio, es la de Chávez, que erradicó el analfabetismo; o la de Evo Morales, que cumplió con su promesa electoral de nacionalizar los hidrocarburos bolivianos. Este libro pretende aportar elementos en torno a una interrogante fundamental: ¿será posible “democratizar la democracia” dentro del capitalismo, es decir, sin que previamente se produzca la superación histórica de un régimen social de producción cuyas lacras e injusticias congénitas son tan evidentes como irreparables dentro de los parámetros del sistema?