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Decía Marguerite Duras que, para ella, escribir era «aullar sin ruido; confesar y borrar huellas». También dijo que la soledad no se encontraba, sino que se hacía; que ella la hizo y que la literatura nunca la abandonó. Mientras coordinaba esta antología, pensaba en estas palabras o en las de Clarice Lispector cuando se refería a la escritura como esa maldición que salva, y de pronto, entendí que este vínculo era fruto de una soledad compartida. Después de este tiempo me atrevo a decir que los talleres contribuyen a que escribir deje de ser un oficio solitario para convertirse en un acto de valentía y generosidad. Así lo aprendí de mi maestro, Antonio Almansa, y así he intentado transmitírselo a quienes, desde hace más de una década, asisten a nuestros encuentros ?que, desde 2018, se celebran en la Librería Luces?. Antes de ser escritas, estas páginas fueron soñadas. En los últimos cursos dedicamos parte de nuestras sesiones a estudiar la obra de algunas autoras imprescindibles...