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La obra de Alfonso Reyes, uno de los grandes humanistas del siglo XX, posee varias y muy sustanciosas posibilidades de definición general, como por ejemplo la de constituir uno de los clásicos mayores de la lengua, pero en lo que aquí más nos concierne, es el autor de trabajos muy importantes de materia teórica, rigurosos y a veces incluso de pletórica belleza intelectual, y entre ellos uno originalísimo y capital del pensamiento literario del siglo XX: El deslinde. Prolegómenos a la Teoría literaria, cuyo empeño no está dedicado a la reconstrucción histórica (como sí lo estuvieron La crítica en la Edad Ateniense, La antigua Retórica, La filosofía helenística o Junta de sombras), ni a la interpretación reflexiva (así La experiencia literaria o Al yunque, ciertamente cumbres del ensayo hispánico) sino a una singular ideación en la forma más propia del Tratado teorético. La obra teórica de Reyes es la más aguda y acabada alternativa de la Ciencia literaria humanística al formalismo crítico y lingüístico que anegó el siglo XX. A esta alternativa radical y magníficamente trazada, como enmienda a la totalidad, por un gran intelectual de México, no fue capaz de dar respuesta una cultura crítica europea y española ensimismadas y regidas por un destino enmarañado a su vez en una nueva opción norteamericana que abandonaba lo mejor de sí, su propia tradición fundada por Emerson y sostenida por Collingwood y Santayana, para arrojarse a la senda antihumanística dirigida por ciertos arribistas. Reyes se sitúa mediante El deslinde adoptando una posición filosófica que es la epistemológica más anterior, la menos transitada y también por ello aquella que permitía una mayor libertad de ideación. ¿Pero a qué causas se debe el destino padecido por El deslinde hasta hoy, el curso perdido de su recepción?