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En El coleccionista de almas perdidas, la última y más asombrosa novela de Irene Gracia, cada capítulo es una iluminación que nos va introduciendo en el mundo de Anatol Chat y su familia, enteramente dedicada a la fabricación de autómatas y toda clase de replicantes, y obsesionada por reducir el mundo para así poder abarcarlo y comprenderlo. Concebida en dos planos narrativos diferentes, por un lado asistimos a la vida de Anatol: cuentacuentos prodigioso que llegará a matar con el poder de su palabra y que acabará convirtiéndose él mismo en un cuento de terror, y por otra asistimos al despliegue de los cuentos que Anatol va construyendo y que parecen encerrar todos ellos un aviso y una maldición. Los dos planos narrativos van configurando una narración poliédrica, donde lo lógico y lo fantástico se conjugan a la perfección dando lugar a una novela plenamente afincada en la más jugosa tradición de la novela-cuento, desde el Decamerón a Las mil y una noches, y desde Las mil y una noches al Frankenstein de Mary W. Shelley y al William Wilson de Poe.