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Siendo Iván Serguéievich Turguénev el más europeo de cuantos escritores produjo la Rusia del XIX y habiendo sido su obra profusamente traducida a la mayoría de las lenguas occidentales, llama la atención que tan sólo ahora, en los albores del siglo XXI, se dé a conocer al lector español el Diario de un hombre superfluo (1850), un texto clave, fundamental no sólo en la trayectoria de su autor, sino para toda la literatura rusa decimonónica. Esta condición de texto clave no se debe ciertamente a la historia contada en la novela, la cual, aunque espléndidamente narrada - no en vano salió de la pluma del rey indiscutido del verbo ágil y elegante-, no deja de ser el relato de una frustación y un fracaso, y ícuántos fracasos y frustraciones no se habían escrito antes y después del Diario! Tampoco se debe a otro de los magisterios turguenevianos tantas y tantas veces demostrado, como es la pintura del retrato psicológico de un héroe - o tal vez, en este caso, debiéramos decir de un "antihéroe"-. No: si hablamos del Diario en términos de texto clave es por lo significativo de las palabras del título, por ese inmenso hallazgo terminológico que para la literatura rusa supuso la acuñación de la expresión lishni chelovek: el "hombre superfluo".