Standaard Boekhandel gebruikt cookies en gelijkaardige technologieën om de website goed te laten werken en je een betere surfervaring te bezorgen.
Hieronder kan je kiezen welke cookies je wilt inschakelen:
Technische en functionele cookies
Deze cookies zijn essentieel om de website goed te laten functioneren, en laten je toe om bijvoorbeeld in te loggen. Je kan deze cookies niet uitschakelen.
Analytische cookies
Deze cookies verzamelen anonieme informatie over het gebruik van onze website. Op die manier kunnen we de website beter afstemmen op de behoeften van de gebruikers.
Marketingcookies
Deze cookies delen je gedrag op onze website met externe partijen, zodat je op externe platformen relevantere advertenties van Standaard Boekhandel te zien krijgt.
Je kan maximaal 250 producten tegelijk aan je winkelmandje toevoegen. Verwijdere enkele producten uit je winkelmandje, of splits je bestelling op in meerdere bestellingen.
En el estado actual de la Altertumswissenshaft se tiene esta obra como propia del Ambrosiaster con toda seguridad. No era así a principios del s. XX, cuando se publicó la primera y hasta ahora última edición crítica de este texto, atribuida a un Pseudo-Agustín.El título de esta obra es Quaestiones veteris et novi Testamenti CXXVII. En la edición de la colección que compone el Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum (CSEL), sobre la que está hecha la traducción presente, e incluye también un Appendix continens alterius Editionis Quaestiones selectas.La primera parte contiene, como dice el título, ciento veintisiete cuestiones o capítulos. La segunda está compuesta por otras noventa y cinco, que no están incluidas en la primera recensión, de algunas de las cuales tampoco se conserva el texto, lo que suma otras sesenta y una en total. El autor da pistas tanto sobre la fecha como sobre el lugar de composición de esta obra: en torno a 370 en Roma. Es evidente que conoce la obra de Cicerón, Salustio, Virgilio, Tito Livio, Valerio Máximo y Justino, así como las recopilaciones de leyes que han llegado hasta nosotros como códigos.Por otra parte, ha leído y estudiado la Sagrada Escritura y hay citas indirectas pero claras de la obra de Ireneo, Tertuliano, Cipriano de Cartago, Victorino de Petau, Hilario de Poitiers y Eusebio de Vercelli.Lo más llamativo de su doctrina teológica es su insistencia en defender la divinidad del Espíritu Santo, un tema apasionadamente discutido en su época. Una traducción al castellano anterior a esta fecha nos es desconocida.