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Destaca por tres distinciones que sólo se encuentra en la alta poesía. La primera es su imaginativa y creativa intrepidez verbal para ahondar en el Misterio. Cualquier otro poeta con tal ingenio creativo se hubiera quedado cautivo de sus fuegos de bengala y de toda la cohetería visual; pero la habilidad para la luz de este poeta no hace sino alumbrar un poco más esta Catedral Infinita que estamos intentando entender, a la vez que nos muestra que era mucho más grande de lo que imaginábamos. La segunda distinción consiste en las perspectivas imprevisibles que adopta en cada poema, para desacostumbrarnos al tema y redescubrirlo a nuestros ojos. Son muchísimos los poemas que adoptan una perspectiva secreta o asombrosa para tratar un tema. Y la tercera distinción es esa capacidad para llegar al meollo de la cuestión (una cuestión que nunca es baladí: la inocencia de un niño, la infinitud del Amor, el balbuceo de las criaturas...) con lo imaginativo y subjetivo más que con lo argumentativo y objetivo. La profundidad humana y experiencial de poemas como «Aguantarte las ganas» y «La artimaña de Jesús» no cabría en sendos y sesudos tratados de teología. Es un poeta que sabe que la realidad es demasiado honda y bella para el lenguaje meramente lógico y designativo, y que la mejor manera de hablar de ella como ella merece es echando la imaginación a volar, que es ahí donde pillamos a la verdad desnuda.