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Aquel invierno es una historia sobre el dolor. Seguramente hay más cosas en las páginas de una novela que aborda, siguiendo lo que se contaba en otras anteriores del mismo autor, el tiempo de los años que siguieron a la victoria fascista frente a la República en 1939. Si antes Alfons Cervera se adentraba en las entrañas de unos personajes que buscaban desesperadamente un lugar donde sobrevivir sin moverse del sitio, ese lugar deviene ahora más moral que nunca, más rabioso, más definitivamente enganchado a las consecuencias del daño provocado por esa deleznable voluntad de exterminio que la dictadura franquista desencadenó sobre los hombres y mujeres que sufrieron la derrota. La mirada de esos hombres y mujeres se mezcla con la de una infancia que no entiende por qué hay padres que no regresan nunca a casa, ni las conversaciones a media voz entre las mujeres que siempre parecen amenazadas por algún peligro desconocido, ni las dedicatorias con caligrafía temblorosa escritas al pie de fotografías antiguas, ni los motivos del abuelo para cambiarle el nombre a un perro que antes de la guerra se llamaba Durruti y después Valiente, ni el misterio de una tarde en que un niño se convirtió en pájaro con los ojos perdidos en el cristal de la ventana... En esta cuarta entrega de su celebrado ciclo novelístico sobre la memoria (El color del crepúsculo, Maquis y La noche inmóvil), Alfons Cervera indaga una vez más en los territorios oscuros del silencio, en las trampas tendidas para perpetuarlo, en esa obscena vocación de olvido que cubre el relato de un tiempo devastado; y lo hace, como siempre, desde esa multitud de voces que se cruzan para contar cada una de ellas sus propias versiones.