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En 1964, en un ensayo recogido en el volumen Política y delito, Hans Magnus Enzensberger hacía una terrible comparación entre la mafia de Estados Uni¡dos y el mundo empresarial. Los mafiosos no atracaban bancos, no robaban la nómina de las compañías: eran comerciantes que negociaban con mercan¡cías ilícitas, imponían precios a los minoristas y de vez en cuando mataban a un competidor. Eran la prueba de que toda empresa capitalista, llevada a sus últimas consecuencias, se convertía en una organización criminal. El primer gángster que quiso poner orden en el hampa local y organizarla como una gran compañía fue Al Capone; su feudo era Chicago. Lucky Luciano perfec¡cionó su método, organizando el trust de «familias» de Nueva York. Desde los años treinta, el cine de gángsters que ha querido retratar a Al Capone lo ha presentado siempre del mismo modo: como un monstruo sin escrúpulos que dirigía una organización de salvajes, y que al final cayó gra¡cias a la tenacidad de Eliot Ness y sus Intocables. Los biógrafos serios hace tiempo que derribaron el mito de Eliot Ness, un funcionario que no tuvo nada que ver con la detención de Capone. El presente estudio de Deirdre Bair socava el otro mito, el que dice que Al Capone era un psicópata sediento de sangre, y nos presenta a un personaje complejo, despiadado para los ne¡gocios, humano y sensible para los asuntos familiares, que abrió comedores sociales durante la Depresión y que, a diferencia de los mafiosos de Nueva York, ni siquiera era racista. Entre la crónica de sucesos y el documento antropológico, la biografía de Bair, basada en su mayor parte en entrevistas con descendientes de Al Ca¡pone, es una obra innovadora que prefiere profundizar en los sentimientos y los vínculos entre las personas.