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El día en que murió su tía, Clementine sintió que todo su mundo se desmoronaba. Desde entonces, su mayor reto ha sido descubrir cómo seguir adelante.Para proteger su corazón, diseña un plan: trabajar duro, encontrar a alguien decente de quien enamorarse y no olvidarse de intentar alcanzar la luna. Esto último es absurdo y completamente metafórico, pero su tía siempre decía que hacía falta al menos un gran sueño para avanzar.Durante el último año, ese plan ha funcionado. Más o menos. Lo del amor es complicado porque no quiere encariñarse demasiado con nadie; no está segura de que su corazón pueda soportarlo.Hasta que se encuentra con un desconocido en la cocina del apartamento de su difunta tía. Un hombre de mirada amable, con acento sureño, que tiene debilidad por las tartas de limón. Alguien por quien, en otras circunstancias, habría perdido la cabeza. Y puede que lo haga de nuevo.El problema es que él vive en el pasado; exactamente siete años en el pasado. Y para él, ella está siete años en el futuro.Su tía siempre le dijo que ese apartamento tenía algo mágico, que era como un punto de encuentro en el tiempo, un lugar donde los momentos se entremezclaban como pinceladas de acuarela. Y Clementine sabe que, si se enamora, estará condenada.Porque, en el fondo, el amor no es cuestión de tiempo, sino de encontrar el momento perfecto.Y no puede evitar pensar que, quizá, ha llegado con siete años de retraso.