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Si toda colección de relatos sufre el pecado original de la heterogeneidad, en esta Función de pérdida, su autor ha tenido la deferencia de insertar un tenue marco estructural al conjunto: la mención al inicio y al final de una temática musical (que nunca es igual a la literaria) en torno a la obra Cuadros de una exposición, reunión de piezas también heteróclitas alguna de las cuales parece de especial significado en los días de la escritura de este libro, hablamos, claro de La gran puerta de Kiev. Es de agradecer que tal marco no constriña la gran libertad con que están construidos estos relatos, de asunto y fecha de composición muy variados, pero unidos por características que siempre distinguen la prosa de Bermúdez, como la orfebrería verbal, el medio tono que no quiere ser nunca solemne, la presencia del lenguaje como un personaje más y un medio de hacer avanzar la narración... Pero también hay novedades en estos breves textos: la aparición de lo fantástico en varios grados y casos (p.e. Masilla, Loredo...), y lo que parece ser presencia de autoficción en otros (Astillas, Acepta mi odio, La heladería fría...). Seguramente sea la gratitud, expresada en homenajes a amistades o personajes del mundo literario, una clave agradable de este libro, en momentos tan da- dos al adanismo y la ausencia de referentes. Desde el epígrafe de su admirado Nabokov a las dedicatorias con nombre y apellidos se plantea un recorrido de admiración al pasado desde la independencia del presente. Y el título, claro, que se refiere a uno de los intereses permanentes del autor: la gestión de calidad, pero sobre todo a la contemplación de la vida como sucesión de pérdidas, que configuran una visión sentimental a la par que sin concesiones de la literatura y de la existencia.