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El 25 de agosto de 1657 Francisco Jacinto de Funes Villalpando y Ariño, Marqués de Osera, alcanzaba la Villa de Madrid tras un largo viaje desde Zaragoza. No era la primera ocasión en la que el caballero aragonés pisaba la corte, sin embargo esta vez lo hacía comprometido en la vindicación de su Casa. Su hermano, don José de Villalpando, maestre de campo del Tercio Viejo de Lisboa llevaba confinado en la cárcel pública de Barcelona desde comienzos de año bajo la acusación de haber forzado y otorgado palabra de casamiento una doncella catalana emparentada con la aristocracia del Principado. Osera asumió su defensa trasladándose a la corte con el propósito de aminorar una condena que a priori se aventuraba a muerte.Resuelto a dar pormenorizada cuenta que todos sus movimientos y del resultado de sus interpelaciones Felipe IV y de las negociaciones con el valido, Grandes, Títulos, ministros y secretarios, el marqués, discreto poeta dramaturgo amateur, escribió de propia mano un Diario. Iniciado el mismo día de su llegada, concluyó apresuradamente a finales de junio de 1659 cuando, en vísperas de la publicación de la sentencia definitiva que condenaba a don José a una pena de cuatro años de destierro en Orán, Osera tuvo que regresar Aragón para jurar su oficio de diputado del Brazo de Nobles.El manuscrito que ha permanecido prácticamente inédito hasta hoy en el Archivo de los Duques de Alba recupera con edición toda su originalidad al publicarse íntegro su contenido, incluyendo aquellas partes que cifradas en su génesis aún se mantenían ajenas a nuestro conocimiento. Concebido como un canal de comunicación con su hermano, Osera acabó convirtiendo el Diario no solo en autorizado y perspicaz retrato de la corte del crepuscular Rey Planeta, sino también, y sin pretenderlo, en espejo de caballeros, metáfora de la representación del ethos aristocrático en el Siglo de Oro ibérico.